¿Cómo iniciaste dentro de la disciplina teatral? ¿Por qué decidiste dedicarte a ella?
Todo comenzó con el montaje de Litoral de Wajdi Mouawad, fuimos convocadxs por Simón y después de varios ensayos y encuentros, comenzamos a ser amigxs, comíamos juntxs, bailábamos, llorábamos, y de repente cuando el montaje estaba casi que terminado peleábamos y nos enojábamos. Fue en esos momentos de caos, incertidumbre y risas que decidimos ser un colectivo, lo que pasa es que descubrimos la palabra compañerx, y nos quedamos clavados ahí dándole vueltas a su significado, a lo que para nosotros significaba compartir el pan y más que una “obra”, intentábamos ensayar otras formas de vivir juntxs.
Hubo algunxs que se fueron y otrxs se unieron hace poco, pero siendo dinosaurixs ya llevamos como 4 años juntxs.
¿Qué preguntas siguen alimentando tu práctica? ¿Qué anhelos tienes por vivir dentro de las artes escénicas?
¿Cómo vivir juntxs? ¿Cómo hacer del teatro nuestra forma de vida? Es decir, ¿cómo jugarnos la vida en cada ensayo, función, encuentro? ¿Cómo conquistar una autonomía económica, laboral y artística de cara al estado de crisis que vivimos? ¿Cómo hacer para que nuestros discursos y posturas (artísticos, políticos y éticos) no solo estén en nuestras obras sino también en nuestros procesos? Es decir, ¿que la forma en que nos relacionamos en nuestros procesos creativos y fuera del colectivo sea atravesada también por esos discursos y posturas?
Anhelamos viajar haciendo teatro, sobrevivir y resistir al desempleo, disfrutar y compartir nuestra juventud, nuestro idealismo. Crear un espacio rebelde, autónomo, lejano de las metrópolis y su imperio, en el que nuestra forma de vida esté pensada en torno al teatro que queremos y a las alternativas que nos hemos planteado para enfrentar la catástrofe en la que vivimos. Tal vez nuestro anhelo más grande es hacer del teatro (más en sus procesos que sus resultados) un lugar para ensayar la existencia, para configurar otros mundos posibles. Más que un oficio es una forma en la que queremos vivir.
Describe tu quehacer teatral en tres palabras. ¿Qué hace de tu forma de habitar el teatro una práctica singular y distinta a las demás?
Una Compañía Sauria.
La Compañíasauria es en sí misma nuestra forma de habitar el teatro y la vida. La singularidad es que buscamos ser un soporte de vida más allá de los escenarios. Sin ser solemnes ni serixs, sino ligerxs y saurixs.
¿Cuál consideras que es la importancia del teatro en este momento histórico?
Ninguna, y he ahí su fuerza, ya que se nos ha enseñado que cualquier práctica, acción o cosa tendrían que tener una utilidad y por lo tanto una comercialización: “esto sirve, esto no, esto funciona, esto no”, pensar de esta manera solo ha hecho de este mundo una fábrica gigante que sigue acumulando cadáveres y desechos.
Ahora más que nunca el mundo no tiene sentido, tal vez es momento de abandonarnos a lo inútil e innecesario. Tal vez valga la pena insistir en algo tan absurdo y arcaico, no será la primera vez que apostemos todo a cambio de nada, no será la primera ni la última vez que intentemos apagar una fogata a punta de escupitajos, pero en fracasar nos hemos vuelto cada vez mejores. Nos enorgullece hacer teatro mientras todo arde.
¿Qué crees que debería cambiar en nuestro modelo teatral?
Esta pregunta nos abrumó demasiado. Hay tantas cosas que nos molestan que nombrarlas parecía una tarea imposible, pasamos horas y horas intentando decir algo coherente, algo en serio, pero una vez más fracasamos, incluso espiamos las respuestas de otrxs, pero nuevamente escribíamos cosas agobiantes, aburridas y tristes. Finalmente decidimos afirmar de manera sauria: La Sombra, nuestro modelo teatral (si es que existe tal cosa) ha perdido u olvidado su sombra y para explicarlo nos apoyamos en las letras de alguien más:
“El intelectual (teatrerx), por su parte, puede ser un fervoroso defensor del Estado o un crítico del Estado. Al Estado no le importa. El Estado lo alimenta y lo observa en silencio. Con su enorme cohorte de escritores más bien inútiles, el Estado hace algo. ¿Qué? Exorciza demonios, cambia o al menos intenta influir en el tiempo mexicano. Añade capas de cal a un hoyo que nadie sabe si existe o no existe. Por supuesto, esto no siempre es así. Un intelectual puede trabajar en la universidad o, mejor, irse a trabajar a una universidad norteamericana, cuyos departamentos de literatura son tan malos como los de las universidades mexicanas, pero esto no lo pone a salvo de recibir una llamada telefónica a altas horas de la noche y que alguien que habla en nombre del Estado le ofrezca un trabajo mejor, un empleo mejor remunerado, algo que el intelectual cree que se merece, y los intelectuales siempre creen que se merecen algo más. Esta mecánica, de alguna manera, desoreja a los escritores mexicanos. Los vuelve locos. Algunos, por ejemplo, se ponen a traducir poesía japonesa sin saber japonés y otros, ya de plano, se dedican a la bebida. Almendro, sin ir más lejos, creo que hace ambas cosas. La literatura/el teatro en México es como un jardín de infancia, una guardería, un kindergarten, un parvulario, no sé si lo podéis entender. El clima es bueno, hace sol, uno puede salir de casa y sentarse en un parque y abrir un libro de Valéry, tal vez el escritor más leído por los escritores mexicanos, y luego acercarse a casa de los amigos y hablar. Tu sombra, sin embargo, ya no te sigue. En algún momento te ha abandonado silenciosamente. Tú haces como que no te das cuenta, pero sí que te has dado cuenta, tu jodida sombra ya no va contigo, pero, bueno, eso puede explicarse de muchas formas, la posición del sol, el grado de inconsciencia que el sol provoca en las cabezas sin sombrero, la cantidad de alcohol ingerida, el movimiento como de tanques subterráneos del dolor, el miedo a cosas más contingentes, una enfermedad que se insinúa, la vanidad herida, el deseo de ser puntual al menos una vez en la vida. Lo cierto es que tu sombra se pierde y tú, momentáneamente, la olvidas. Y así llegas, sin sombra, a una especie de escenario y te pones a traducir o a reinterpretar o a cantar la realidad.” Roberto Bolaño
¿Qué le deseas a la siguiente generación de hacedores teatrales?
No sabemos. Nos sentimos muy jóvenes para ponernos en ese lugar, con suerte podríamos considerarnos parte de esa “siguiente generación”. Entonces, cambiando la pregunta a ¿qué nos deseamos?
Nos deseamos devenir autónomos e ingobernables en un sentido amplio, nos deseamos encontrar formas de vida más fuertes que el “mundillo del arte”, nos deseamos estar juntxs, nos deseamos volver a un encuentro más humano, nos deseamos romper y quemar todo lo que sea necesario, nos deseamos recuperar y habitar las calles que siempre fueron nuestras y, cómo diría Pedro Lemebel, deseamos que nuestra revolución (cualquiera que sea) tenga un pedazo de cielo rojo para que podamos volar.
Si el teatro es el arte del encuentro con el otro ¿cómo enfrentas la emergencia que vivimos ante el COVID-19? ¿Qué deseas que ocurra cuando volvamos a estar juntos?
Ha sido terriblemente difícil, sobre todo porque el ambiente generalizado terminó por afectar el estado anímico de todxs en el colectivo, por todxs ha pasado la idea de dejar esto que hacemos, porque si nos ponemos serixs, el teatro no sirve de nada y hacerlo es una terquedad que nos va matar de hambre. Entonces, la única forma que hemos encontrado para hacer frente a esta crisis ha sido estar juntxs, no dejarnos caer en la tristeza y la desesperación, o por lo menos acompañarnos en la caída. Hemos sobrevivido a meteoritos, glaciaciones, cavernícolas que nos cazaban y aun así aquí seguimos.
Hoy gritamos desde la ruina.
No nos han extinto, nuestra revolución es estar vivxs.
¿Que deseamos? Tirar por la ventana el Zoom, el Facebook, el Whats App, el Google, y a todos sus siniestros compañeros que ahora rigen nuestras vidas. Deseamos un mundo, como dirían Mujeres Creando, “Sin Dios, sin amo y sin Facebook”.
Deseamos compartirnos como un lugar de investigación de la libertad.
Deseamos volver a ensayar, frente a frente. Ensayar la vida, el encuentro, ensayar otros mundos posibles. Ensayar nuevas formas de emancipación con la misma intensidad con la que ellos ensayan nuevas formas de opresión. Ensayar el teatro como una trinchera contra el nuevo orden cibernético que se avecina.
Ensayar, equivocarnos y volver a ensayar.