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Instantánea: 7 preguntas sobre teatro en estos tiempos que corren.

Aristeo Mora

31 años / Guadalajara, Jalisco

 

¿Cómo iniciaste dentro de la disciplina teatral? ¿Por qué decidiste dedicarte a ella?

Me inicié en el teatro gracias a la arquitectura. De niño imaginaba distintas escenas cuando dibujaba planos en el trabajo de mi mamá y mi papá. Mi madre me retaba para diseñar pequeñas viviendas; mientras lo hacía me gustaba pensar en cómo se viviría en esas casas, qué pasaba si una habitación se ubicaba frente a otra o si el comedor se abría a un pequeño patio, o qué se podría ver desde una ventana a la calle. Así comencé a pensar en las posibles interacciones de los habitantes de un espacio y a descubrir la teatralidad y la ficción que despliegan los lugares que habitamos, diseñados para que cierto tipo de vidas sean posibles.
El teatro llegó a mí de forma tangencial, no como disciplina sino como algo que es inherente a la vida, por eso me gusta pensar desde la teatralidad y no desde el teatro, que en tanto disciplina ahora mismo me parece que puede limitar lo que podemos hacer desde las artes en vivo. Creo que lo que más me interesa es la manera en que el mundo, o las cosas que somos capaces de contar o hacer, nos representan, es decir, nos hacen sentido como posibilidades de vida.

¿Qué preguntas siguen alimentando tu práctica? ¿Qué anhelos tienes por vivir dentro de las artes escénicas?

Me pregunto sobre las teatralidades que producimos todos los días, sobre las formas en las que nos representamos, representamos o nos representan, qué pueden hacer esas representaciones y qué sentidos estamos construyendo con ellas. Y por esto mismo ¿qué pactos de sentido y que formas de vida se legitiman o posibilitamos de forma temporal en los espacios en los que vivimos?
Ahora mismo algo que anhelo es imaginar cómo sería un teatro del paisaje, un teatro de las geografías, la botánica, o cómo sería un teatro de los animales, qué tipo de teatralidades, es decir de formas de representación podemos leer en una planta, en una roca o en una falla geológica, en un risco, en una montaña. Digamos que para nosotros el paisaje ha sido una pantalla sobre la que proyectamos lo que queremos ver, y que lo que el teatro puede hacer es retirar el velo de la pantalla para dejar hablar a los materiales que habitan el mundo, preguntándonos cuál es el lugar de los animales y también del espacio en una labor que podríamos reconocer como etnográfica.
¿Podemos pensar formas de escritura o de teatro que no sean humanas? y de ser así: ¿qué nos exigiría cruzar el límite que separa la naturaleza de lo que entendemos por cultura? ¿Cómo se producen y se leen otras escrituras no humanas? ¿Y qué tipo de espectador sería aquel que opera como un agrimensor del territorio teatral? ¿Cómo sería un espectador que delimita y lee la escena junto a lo que la habita? ¿Cómo se pacta sentido junto a algo que no es humano? ¿Cuál es por lo tanto el límite entre lo humano y lo no humano?

Describe tu quehacer teatral en tres palabras. ¿Qué hace de tu forma de habitar el teatro una práctica singular y distinta a las demás?

Docuficcionar, invencionar, biografiar.

¿Cuál consideras que es la importancia del teatro en este momento histórico?

La creación de contra relatos, de nuevos pactos de sentido y de las formas de habitar otros escenarios biopolíticos, es decir, personales y colectivos, es vital.
Es un pacto de vida, que en medio del pacto de muerte que vivimos todos los días en nuestro contexto, resulta una posibilidad para resistir al horror.
El teatro puede abrir ese espacio temporal, ese estado de excepción en donde podemos ensayar la vida que deseamos; y creo que la intensidad con la que vivimos la crisis del presente debería de ser un lugar desde el que podamos mirar hacia el pasado para entender la posición histórica que queremos tomarnos, oponiéndose colectivamente a la validación del relato de muerte impuesto en nuestro presente.

¿Qué crees que debería cambiar en nuestro modelo teatral?

Primero me gustaría decir que reconozco distintos modelos teatrales, es decir distintos compendios de prácticas, de formas de hacer, que entiendo como modelos, y estas formas constituyen históricamente lo que entendemos como disciplina o “escuelas” del teatro.
Desde mi punto de vista sería necesario cuestionar estas formas de ser disciplinar, abrir o mezclar, distorsionar o dar paso a formas híbridas que nos permitan contagiar el “teatro”, la “escuela” de otras formas de ser, de hacer, vinculadas a preguntas y a herramientas, o a otras potencias, imaginaciones, preguntas que respondan de manera coherente ante la complejidad que vivimos. Esto no quiere decir que las formas de ser/hacer de nuestra escuela/disciplina/teatro sean menos válidas, significa reconocer la necesidad de vincularnos y ser con otras formas, para colaborar en la creación de preguntas y respuestas más contundentes ante nuestra realidad.

¿Qué le deseas a la siguiente generación de hacedores teatrales?

Deseo que podamos construir para todas ellas mucha imaginación, intensidad y potencia, que sus teatros sean posibles en el lugar de la vida y que este horror no nos alcance nunca más. Les deseo, y con esta palabra quiero decir que yo agencio, construyo, trabajo, para que esto sea posible, las condiciones de vida que nos merecemos, esas en las que podemos contar y hacer lo que queremos vivir.

Si el teatro es el arte del encuentro con el otro ¿cómo enfrentas la emergencia que vivimos ante el COVID-19? ¿Qué deseas que ocurra cuando volvamos a estar juntos?

Este tiempo suspendido, este ensayo biopolítico, nos da la posibilidad de ver cómo se practican nuevas formas de representación del horror y del control.

Me gustaría que probemos al término de esto otras que contrarresten el miedo, que cuando volvamos a estar juntas podamos volver a abrazarnos sin miedo, que el teatro sea un lugar para ver con extrañeza, para redescubrir el mundo y volvernos a mirar, un refugio.

 

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