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Instantánea: 7 preguntas sobre teatro en estos tiempos que corren.

Mariana Hartasánchez

43 años / Teatro / Ciudad de México

 

¿Cómo iniciaste dentro de la disciplina teatral? ¿Por qué decidiste dedicarte a ella?

Nací en el seno de una familia conflictiva, en la que la locura definía la realidad cotidiana. Ante la indiferencia y violencia de mis padres, me refugié en los libros y en el teatro, universos a los que accedí gracias a mi abuela materna.
Ingresé al Centro de Arte Dramático, la escuela de Héctor Azar a los catorce años, y por primera vez sentí que tanto como mi cuerpo como mi voz habían encontrado su lugar en el mundo. La ficción me permitía escapar a una realidad asfixiante y me dotaba de una libertad sin precedentes. Desde entonces decidí que quería habitar el escenario como si este fuera un refugio, como un asidero, como una transcripción filosófica de todo aquello que me avasallaba.
La ficción escénica es poesía en movimiento, es una toma de consciencia a través del cuerpo, es discurso y convicción ideológica, es interrogante permanentemente abierta. El teatro no permite absolutos, se abre a la búsqueda y entusiasma a tal grado al que lo asume como profesión, que dota de sentido cada acción, cada pensamiento. No es posible aburrirse (en el sentido peyorativo de un concepto que a veces tiene connotaciones positivas, cuando el aburrimiento conduce a la creatividad) si uno se dedica a la creación escénica.

¿Qué preguntas siguen alimentando tu práctica? ¿Qué anhelos tienes por vivir dentro de las artes escénicas?

Considero que el teatro me permite reflexionar activamente sobre todo aquello que me conmueve, me conflictúa y me conmociona íntimamente.
La escena exige del creador la capacidad de comunicar a través de signos accesibles sus emociones y pensamientos. Eso es algo de lo que más disfruto: transformar las ideas en historias. Al lograr concatenar una serie de sucesos ficticios de manera tal que los personajes que habitan una historia se conviertan en seres verosímiles, me siento plena.
Cada vez que siento una punzada en el alma, intento transformarla en una historia para el teatro. Ese vértigo creativo me alimenta, me mantiene viva.

Describe tu quehacer teatral en tres palabras. ¿Qué hace de tu forma de habitar el teatro una práctica singular y distinta a las demás?

Juego, reflexión y risa.
Intento vincular estrechamente el pensamiento filosófico con la comicidad. Siempre he considerado que la risa es el mejor vehículo con el que contamos para romper el pensamiento rígido de los absolutos. El fascismo, los totalitarismos, las políticas represoras asesinan a los cómicos (a los verdaderos cómicos, no a los burdos repetidores de chistes violentos que se dedican a refrendar la opresión y la desigualdad) porque saben que la visión crítica será siempre fuente de inspiración para la revolución y la disidencia. Los cómicos comentan, analizan, ofrecen alternativas, por eso procuro inscribir acentos fársicos en mi trabajo, para nunca caer en la tentación de creerme superior a los demás.

¿Cuál consideras que es la importancia del teatro en este momento histórico?

El teatro es vital puesto que nos invita a compartir espacios geográficos comunes. Transforma un lugar de tránsito cotidiano en una ubicación mágica en la que se rompen las normas de la realidad y abrimos las puertas a los imaginarios colectivos, que son los únicos que sostienen la idea de comunidad.
Somos seres de lenguaje, de significaciones simbólicas, es por ello que necesitamos compartir con los otros toda clase de imaginarios. El teatro nos recuerda que no existen verdades absolutas y que todas nuestras certezas dependen de paradigmas creados en colectivo.
En estos tiempos de repuntes fascistas, es importante apropiarnos de los espacios tridimensionales (que oponen resistencia en contra de la vigilancia tecnológica), abrir interrogantes y crear mundos imaginarios que nos ayuden a configurar nuevas posibilidades de convivencia: todo eso lo hace el teatro.

¿Qué crees que debería cambiar en nuestro modelo teatral?

No creo que los cambios puedan inducirse o forzarse. El teatro es orgánico y muy leal. Si nos entregamos generosamente a sus posibilidades, él nos conducirá con delicadeza hacia fuentes de inspiración necesarias y pertinentes.
El problema es forzar los discursos para tratar de brillar como celebridad o como descubridor de «lo nuevo». Aquel que quiere destacar y volverse famoso, no está aprovechando las ventajas de un arte tan genuino como el nuestro.

¿Qué le deseas a la siguiente generación de hacedores teatrales?

Plenitud creativa, gozo lúdico y capacidad reflexiva.

Si el teatro es el arte del encuentro con el otro ¿cómo enfrentas la emergencia que vivimos ante el COVID-19? ¿Qué deseas que ocurra cuando volvamos a estar juntos?

La teatralidad cuenta con componentes clave (como lo irrepetible y lo efímero) que nos permiten, aún a la distancia, crear juegos escénicos interesantes (como la interpretación de monólogos personalizados que involucran al espectador activamente), pero una de sus características primordiales es la toma del espacio físico.
La congregación de los cuerpos es necesaria para que se consume plenamente el hecho escénico. Después del confinamiento espero que, hastiados de la tecnología, busquemos con ansias el contacto humano, y no me refiero a los roces de la piel únicamente, sino a las relaciones íntimas que se detonan entre los actores y los espectadores quienes, apoyándose en la intermediación de la ficción, se comunican a niveles muy profundos.
Espero que hagamos más teatro y encontremos nuevas formas de relación que se opongan a un sistema capitalista que nos ha ido arrebatando el sentido y nos ha ido sumiendo en las relaciones utilitarias. El arte rompe las consignas del consumo y nos permite descubrir que importan más los imaginarios compartidos que las ofertas del mes.

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