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Instantánea: 7 preguntas sobre teatro en estos tiempos que corren.

Cecilia Ramírez Romo

37 años / Torreón, Coahuila

¿Cómo iniciaste dentro de la disciplina teatral? ¿Por qué decidiste dedicarte a ella?

Por accidente, yo iba a ser doctora. Cada vez que me hacen esta pregunta, la respuesta me provoca sonreír: “Yo soy actriz, por un sentido social; ese día me decidí a pasar a leer en voz alta un personaje frente al grupo, para que la maestra no nos dictara». Sin embargo; desde ese día y para siempre, a través de una lectura dramatizada, improvisando sin saber lo que era eso, sentí por primera vez que pertenecía a ese lugar invisible, intangible, inexistente; al día siguiente, salí de la prepa y fui a pedir informes al Taller del Teatro Isauro Martínez, allá en mi tierra lagunera. Entré a la primera clase en falda, calcetas y uniforme escolar, porque no sabía lo que era “ropa de trabajo”, no hicimos más que subir al escenario, adoptar posición neutral y permanecer ahí tres horas, en silencio. Me encantó. Así que regresé al día siguiente y luego todos los días que le siguieron a ese, tenía 17 años; desde entonces, el teatro me tomó por el cuello y no me ha dejado ir. Y qué bueno.

¿Qué preguntas siguen alimentando tu práctica? ¿Qué anhelos tienes por vivir dentro de las artes escénicas?

Creo que parte del encanto, es que cada tercer día pienso si no debí dedicarme a otra cosa. Construyo desde el fracaso, considerando que jamás seré lo suficientemente buena para hacer nada y cada vez deseo saber hacer más cosas y prepararme más, nunca me parece suficiente estudio, ni suficiente ensayo; por lo tanto, en cuanto a preguntas, las manejo todas, a veces encuentro las respuestas a manera de caminos escénicos, a veces no y busco por otro lado.
Uno de mis mayores anhelos es levantar un centro de artes que sea autosustentable, donde construyamos nuevas maneras de aprender y enseñar y se oferten talleres profesionales y amateur; deseo darle cabida a laboratorios de creación interdisciplinaria, generar más espacios de ensayos para las compañías emergentes y un lugar fértil para la expresión de las artes vivas. También quiero hacer un master en el extranjero, en dirección de escena, especializada en dirección de actores y actrices, pero eso es antes y ya estoy en el camino de lograrlo.

Describe tu quehacer teatral en tres palabras. ¿Qué hace de tu forma de habitar el teatro una práctica singular y distinta a las demás?

Cuestionar, habitar, desbordar.

¿Cuál consideras que es la importancia del teatro en este momento histórico?

Dice Artaud en “Teatro y su doble”: “Pues de la misma manera que los cuadros de la peste, un poderoso estado de caos físico, son algo así como las postreras descargas de una fuerza espiritual en declinación, las imágenes de la poesía en el teatro tienen poder espiritual porque comienzan su trayecto vital en lo sensible, dejando de lado la realidad.”
He pensado mucho a Artaud en estos días. El teatro también es crisis y las crisis son poderosas aniquiladoras de máscaras humanas; nos encontramos en un momento parecido a cualquier histórica peste, una vez más urge refrendar el sentido, dejar de lado los porqués y dar paso a los paraqués; el teatro, como cualquier arte, es un mal necesario, ya que impulsa a los seres humanos a verse tal y como son.
Cuando esto pase, habrá que recordar quiénes somos, habrá que recuperar los dogmas y creo firmemente que el teatro, apela a la restauración de esos dogmas.

¿Qué crees que debería cambiar en nuestro modelo teatral?

La visión vertical del escenario. Estamos en el siglo XXI, ¿en realidad es necesario seguir discutiendo qué es considerado teatro y qué no?
El modelo teatral sufre el desajuste del encuentro de los viejos paradigmas con las nuevas teatralidades y tal vez no nos hemos dado cuenta de que en realidad somos los mismos y siempre hemos querido lo mismo.
Reducir cada proceso a un modelo jerárquico, provoca que los canales de comunicación se vuelvan turbios, nos distraemos del objetivo catalizador que tiene el teatro y se sigue mitificando a las figuras teatrales, volviéndolas intocables e inaccesibles.
El teatro para mí, es un acceso a todo lo que la realidad no permitiría por sus aburridas reglas. Todos nuestros problemas de abuso, de difamación, violencia y malos entendidos dentro de las aulas y los escenarios, provienen de la idea de que la razón es algo que se tiene y no aquello que se comparte.

¿Qué le deseas a la siguiente generación de hacedores teatrales?

Consciencia social, ingenio creativo, hambre existencial, desbordamiento onírico, cuestionamiento constante y mucha, mucha templanza.
El camino del teatro puede ser tan sórdido o tan generoso como una quiera, solo hay que encontrarle el modo y a veces tiene malos modos. La cosa es no desesperarse y jamás confiarse, no existe un camino para llegar, porque no hay a dónde llegar, el teatro mismo es el camino.
También les deseo lo que siempre les digo a mis alumnos antes de terminar un ciclo: “que tengan tanto trabajo que siempre traigan su comida en tupper”.

Si el teatro es el arte del encuentro con el otro ¿cómo enfrentas la emergencia que vivimos ante el COVID-19? ¿Qué deseas que ocurra cuando volvamos a estar juntos?

Tengo la fortuna de pertenecer en este momento a la población artística menos afectada, ahora tengo una beca que me permite solventar mis gastos sin importar la contingencia; así es que me quedo en casa por aquellos que no pueden hacerlo, sigo con mis clases de alemán en línea, me inscribí a un seminario de investigación artística, sigo trabajando y generando ideas desde el encierro de un proyecto en el que colaboro como directora dentro de la Compañía Nacional de Teatro, disfruto del silencio, de los libros que me debía y me preparo física, mental y emocionalmente para enfrentar el apocalíptico panorama, porque la crisis no es esta en la que estamos, es la que se aproxima.
Lo que más deseo es que seamos conscientes de ello y tomemos este tiempo como el descanso de un gato que es capaz de dormir 18 horas para lograr un gran salto. Vamos a necesitar un gran salto como humanidad cuando todo esto acabe y si no lo hacemos juntos, tardaremos más en recomponernos. Deseo que esta pausa, que esta “calma chicha” como dicen en mi pueblo, detone empatía y consciencia social a borbotones, porque hace tiempo que lo necesitamos.

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