Instantánea: 7 preguntas sobre teatro en estos tiempos que corren.
Juan de Dios Barrueta Rath
47 años / Ciudad de México
Lugar principal de trabajo: Yucatán
Oficio: Creador escénico
¿Cómo iniciaste dentro de la disciplina teatral? ¿Por qué decidiste dedicarte a ella?
Como a los trece años vi una obra de teatro que me gustó, un hermano mayor me llevó a ver «Ubu Rey» con un grupo brasileño que andaba de gira en México. Luego cuando estudié la prepa entré a un taller de teatro y comencé a colaborar con algunos grupos amateurs y tomando talleres en la Casa del Lago. Al ingresar a la universidad me decidí por estudiar la Licenciatura en Teatro. Vi algunas obras que me animaron a ello como «La pasión de Pentesilea», «Yourcenar o cada quien su Marguerite», «Ubu Rey», «Jacques y su amo», entre otras. Me fascinó poder hacer y decir tales cosas en el escenario.
¿Qué preguntas siguen alimentando tu práctica? ¿Qué anhelos tienes por vivir dentro de las artes escénicas?
Las preguntas que el teatro me ha permitido hacerme van todas en relación a la condición humana.
Al principio trataba de comprenderme un poco mejor a mí mismo porque mi personalidad era tímida y muy contenida. Emocionalmente tenía problemas con mis padres, con el mundo, era algo violento y autodestructivo. El teatro me hizo saber que las metáforas sirven para la vida, para vivirla más plenamente, para saber que no estamos solos y que otros han enfrentado dilemas parecidos a los nuestros o han fracasado o se han enamorado o se han visto en todo tipo de situaciones límite frente a las cuales han tenido que decidir comprometiendo todo su corazón y su ser en esas decisiones.
Las preguntas van por ahí, especialmente en cuanto a que el teatro sirve para la vida. Produce conocimiento. ¿Para qué sirve el teatro? Creo que revela cosas de uno mismo y de los otros, cosas que son vitales, importantes para vivir o al menos para no morir.
Me encantaría difundir más el teatro, no solamente como práctica colectiva y pública, sino también como hábito de lectura y compartirlo con otros, con gente que nunca ha leído teatro o que nunca ha ido al teatro. Quisiera que descubrieran el placer de imaginar que están en una situación creada por Lope de Vega o Calderón o Shakespeare o Molière o Carballido o Chías y que responden a lo que sucede en ella. Que la gente común descubra en su propio cuerpo y voz la maravilla del teatro.
Describe tu quehacer teatral en tres palabras. ¿Qué hace de tu forma de habitar el teatro una práctica singular y distinta a las demás?
Produce conocimiento para la vida.
¿Cuál consideras que es la importancia del teatro en este momento histórico?
Es vital porque es un mecanismo de descubrimiento del ser. Es revelador. El teatro habilita a las personas, las vuelve maliciosas en el mejor sentido de la palabra, es decir, les despierta sus mentes y les hace ver cuán ridículos o cuan sublimes pueden llegar a ser en ciertas situaciones.
Es un conocimiento que el teatro revela de un modo especial, así como la música es vital o las otras artes, el teatro hace lo suyo y genera otro tipo de comunicación, de intercambio intersubjetivo como dirían los doctos.
¿Qué crees que debería cambiar en nuestro modelo teatral?
Nuestro modelo teatral responde a un modelo social y económico. A uno muy desigual, por cierto.
El modelo oscila entre el dominio pleno del mercado y sus reglas y por otra parte, el de los derechos sociales entre los cuales la cultura es uno de los más importantes. La revolución mexicana propició un modelo de sociedad en el cual los conceptos de educación, de cultura y de bienestar estaban fuertemente vinculados para formar una base social más articulada y homogénea que la que existía a principios del siglo XX.
Los rituales cívicos escolares que nos llegaron a resultar tan reiterativos y huecos, para ciertos grupos sociales significaron una forma de integrarse a una nación, a veces para bien y a veces no tanto, pues tenían que dejar de lado matrices culturales propias como la lengua y las costumbres en aras de alcanzar cierta movilidad social. Esa articulación hizo posible que las artes y la cultura fueran considerados derechos sociales y se crearon instituciones públicas que brindaban educación y cultura a las masas.
Actualmente habitamos las ruinas de ese modelo, cuyas instituciones han sido desmanteladas o privatizadas o abandonadas. El Fondo Nacional para la Cultura y las Artes ha sido una especie de parche o remiendo de un modelo de arte y cultura pública que se dio el lujo de tener instituciones como el Centro de Cooperación Regional para la Educación de Adultos de América Latina o la Red Nacional de Teatros del Instituto Mexicano del Seguro Social y del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado, la Universidad, los teatros de Bellas Artes, los Centros de Iniciación Artística, en fin, una estructura de derechos sociales que fue destruida.
Los creadores necesitamos articular de nuevo los campos de la educación, la cultura y las artes. Entrar a las escuelas, propiciar presencia e intercambios con pueblos originarios, extender el concepto de cultura mediante prácticas transdisciplinarias, que flexibilicen las fronteras entre disciplinas artísticas, sociales y científicas. Las culturas comunitarias, las artes populares, las prácticas parateatrales deben ser recuperadas. Formas de teatralidad popular que se han ido muriendo porque no se les presta atención, se las ningunea porque el modelo actual concibe el arte y la cultura como un espacio estrecho donde se necesita estar legitimado por un aparato, tan estrecho como la academia, cuyas brillantes propuestas tienen relativamente escaso impacto en la sociedad.
Se necesita un mayor flujo intercultural, una mayor habitabilidad del espacio público y una mayor apropiación del discurso público por parte de todos los sectores de la sociedad. Lo público, lo que es de todos, así como lo fue el río para el pueblo y la ciudad en el pasado, la fuente, la iglesia, el manantial, la cueva, el cielo, el mar, todo eso que se ha ido privatizando y parcelando con los miserables límites impuestos por los «dueños» de las cosas y de los saberes.
¿Qué le deseas a la siguiente generación de hacedores teatrales?
Que sean más humildes y francos, que se animen a recorrer el país, que sean más solidarios con los compañeros, que tengan más espacios y apoyos públicos, que sean más considerados socialmente, que asuman que lo que producen es un conocimiento valioso sobre el ser humano.
Mayor autonomía y autogestión mediante leyes más justas de mecenazgo y valoración pública de las artes y la cultura. Que se abran los espacios educativos a la presencia de los artistas como mentores y no solamente como entretenedores.
Si el teatro es el arte del encuentro con el otro ¿cómo enfrentas la emergencia que vivimos ante el COVID-19? ¿Qué deseas que ocurra cuando volvamos a estar juntos?
Por el momento, aislado y recluido trato de ser paciente, de cuidarme, de conectar conmigo y con los otros por los medios digitales, esperando que algún día volvamos a estar juntos.
Desearía que todos tuviéramos mayor conciencia de lo valioso que es encontrarnos, de la gran ocasión que representa poder tocarnos y abrazarnos una vez más. Quisiera que esa conciencia posibilitara la prevención y el cuidado de todos hacia todos, la consideración y el cuidado hacia los que tienen capacidades diversas, hacia los ancianos, hacia los niños, conciencia del silencio que se produce cuando estamos reunidos y contemplamos algo que nos emociona.
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