¿Cómo iniciaste dentro de la disciplina teatral? ¿Por qué decidiste dedicarte a ella?
Inicié por intuición, por gusto. Desde los once años entré al taller de teatro de la secundaria donde estudié en Aguascalientes y me seguí. Tanto la educación secundaria como la media superior estuve en un taller de teatro con distintos maestros, hasta que finalmente decidí estudiar la carrera en una de las primeras escuelas de teatro en Aguascalientes, el Centro de Investigación Teatral del Centro Cultural Los Arquitos, del Instituto Cultural de Aguascalientes.
Decidí dedicarme a la disciplina teatral porque desde que empecé a hacer teatro lo disfrutaba muchísimo, nunca cuestioné ese gusto; pero, además, pude observar que abría en mí perspectivas de la vida distintas a las que estaba acostumbrada. El teatro me abrazó para poder viajar en mí, para crear, para preguntarme, para reorganizarme, para constituirme.
¿Qué preguntas siguen alimentando tu práctica? ¿Qué anhelos tienes por vivir dentro de las artes escénicas?
Hay una pregunta constante y vital que alimenta mi práctica y que en el teatro por ser un arte vivo y colectivo, desde mi perspectiva, es la más importante: ¿Cómo me comunico con el otro? Y de ésta se desprenden: ¿Quiero comunicarme con el otro? ¿Qué es aquello tan crucial que quiero compartir contigo? ¿Creamos juntos? ¿Accionamos juntos? Juntos entiéndase: actores, directores, equipo creativo, asistentes, espectador, participante del acontecimiento escénico, equipo técnico, etc.
Todos los anhelos imaginados e insospechados son los que quiero vivir dentro de las artes escénicas, siempre he querido transitar SU TODO. Me emocionan mucho las apuestas artísticas que me retan, que me hacen crecer. El anhelo en realidad es crecer, seguir aprendiendo, seguir concibiendo.
Describe tu quehacer teatral en tres palabras. ¿Qué hace de tu forma de habitar el teatro una práctica singular y distinta a las demás?
Honesto, ritual, al servicio social.
Para mí, todas las formas son singulares. No hay una sola que se repita, podrá parecer que lo hacen pero cada una es particular. En mi caso, con lo que he tenido que trabajar de manera “especial” – digamos -, es con aceptar quién y cómo soy, para romper determinadas estructuras añejas o prejuicios sobre qué tipo de actriz puedo ser y a qué tipo de historias/ficciones/convenciones escénicas puedo acceder. Y en realidad, creo profundamente que nada ni nadie determina qué tipo de actriz puedo ser; en este sentido, soy la única que establece cómo habito mi práctica y mis posibilidades, lo cual contribuye a que yo pueda ser un ente escénico muy abierto y dispuesto a distintos lenguajes, realidades, estilos, técnicas, etc. Eso sí, siempre desde la honestidad, lo genuino, lo franco y lo generoso.
¿Cuál consideras que es la importancia del teatro en este momento histórico?
El teatro es fundamental para repensar nuestros acuerdos sociales, el comportamiento humano –individual y colectivo -, la relación con el lugar que habitamos y sus costumbres, etc. Un momento de crisis, arroja también un teatro en crisis, o cual para nada es una catástrofe, al contrario, para mí significa que el teatro está dispuesto a modificarse, a cambiar, a transformarse. Y no me refiero a la estructura arquitectónica del edificio teatral, sino a quienes lo hacemos.
Si el momento que vivimos es histórico, el teatro también debe serlo. Esto, lógicamente, nos genera una mayor responsabilidad como hacedores teatrales. Y ahí la importancia del teatro en este momento, que debe plantear todas las preguntas posibles e imposibles, llevarlas a la acción, a la reflexión, al encuentro con el otro para entender, si no con la mente, con el cuerpo, si no con las acciones con lo que subyace en nuestro pensamiento. ¿Qué es esta experiencia enorme de todos los matices, que estamos viviendo?
¿Qué crees que debería cambiar en nuestro modelo teatral?
Esperar a que el espectador vaya a las salas de teatro. ¿Por qué nosotros no vamos a ellos? Sé que existen una gran cantidad de programas culturales e institucionales que permiten que el arte escénico vaya a las plazas, a los barrios, ¿pero si lo hiciéramos más? Es decir, hablo de presencia. Y aunque la nueva modalidad vía streaming ha contribuido con lo suyo, me refiero a buscar con el público un acercamiento de presencia tangible y real pero también simbólica; acercarnos a sus necesidades, a sus búsquedas, a sus motivaciones que muchas veces, también son las nuestras.
Por otro lado, me resulta interesante cómo hemos relegado del modelo teatral en muchas ocasiones -no digo que siempre-, el conocimiento de la antropología o la sociología, que como el teatro, están estrechamente ligadas a nuestra actividad cultural, a la comunicación de los individuos en sus comunidades o al ser humano de una forma integral. Posiblemente si revisitamos nuestras tradiciones, costumbres y creencias populares podríamos acercarnos a prácticas teatrales más complejas, genuinas, profundas y diversas conformes a nuestra identidad.
¿Qué le deseas a la siguiente generación de hacedores teatrales?
Les deseo muchas reuniones, muchos abrazos, momentos intensos de debate frente a frente, sudores interminables cuerpo a cuerpo, libros que los atrapen, pasiones de las buenas.
Mucha fuerza y vida interna. En fin, infinitas experiencias individuales y colectivas que nutran su viaje teatral y artístico.
Si el teatro es el arte del encuentro con el otro ¿cómo enfrentas la emergencia que vivimos ante el COVID-19? ¿Qué deseas que ocurra cuando volvamos a estar juntos?
Primero que nada traté de no enfrentarla, más bien, de escucharla, de observarla. Estoy muy atenta a lo que me pasa día a día. He cambiado algunas rutinas y estoy tratando de desestructurar muchos patrones de conducta. Básicamente, creo que la mejor forma que encontré de habitar esta emergencia ha sido ir profundo en mí. Reconocerme, reordenarme, reconciliarme.
Pero reconozco que el otro me ha hecho falta y en esta avidez por el encuentro con el otro, a pesar de la distancia y no con la intensidad del encuentro presencial, pero si con otro tipo de intensidad, me he encontrado con el otro; tal como sucedió los últimos meses de mi estancia en la Compañía Nacional de Teatro. De manera muy estrecha a través de redes digitales y virtuales pude conectarme más con algunos de mis compañeros que cuando teníamos una carga muy intensa de trabajo. En reuniones interminables por Zoom, hablamos de la justicia, del miedo, de la peste, de lo que nunca habíamos confesado al otro, conocí de su búsqueda, de su vida, charlamos mucho sobre nuestros caminos, de nuestros procesos.
El teatro no sólo es el escenario, es el proceso colectivo, el individual y el del individuo en el acompañamiento. Posiblemente, el teatro y nosotros necesitábamos una pausa en la que aparentemente todo se desmoronaba, pero también todo se refrescaba y transformaba.
Deseo que regresemos con un panorama más amplio y compasivo de la vida en general, pero también de nuestro trabajo creativo y artístico. Somos tan frágiles como cualquier ser que habita esta tierra, estamos en igualdad de condiciones con otras especies – nos guste o no, lo aceptemos o no-, ni superiores ni inferiores. Entender eso por lo menos a mí me hace darme cuenta de dónde estoy, cómo estoy y a dónde voy.
Cuando volvamos a estar juntos, me gustaría crear con la conciencia de que algo cambió. Recordar que durante esta contingencia, viví algo así como un ritual de iniciación en el que comprendí que somos memoria colectiva en transición, hecha acción. Por lo tanto, siempre es tiempo de reconectar con el otro, de crear con el otro, de hacer teatro en compañía del otro.