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Frente a la ventana, en el encierro

Anónima

Hay en una mujer una mirada que se amplía hacia adentro

hay un horizonte inalcanzable que se observa desde la ventana que da hacía un muro. 

Esa mujer piensa en sí misma y en otra, que desde ese otro lugar pide ayuda. 

Ella lo siente y lo vive dentro de sí. 

¿Has pensado, tal vez que el día de mañana pueda ya no estar?

Qué fue lo que le pasó a esa mujer que se perdió en la inmensidad del mar 

Ese mar que se veía dentro de sus ojos. 

Por qué se perdió en la inmensidad de ese monstruo y naufragó sin rumbo. 

No vio el faro.

No vio tierra.

Se perdió en las aguas, que se la tragaron y regresaron al canal olvidado de los márgenes de la ciudad. 

Un cuerpo flotando, con las vestiduras llenas de ramas y flores que encontraba a su paso. 

Como si la naturaleza hubiera celebrado el acto fúnebre a la muerta. 

¿Pero quién es esa mujer que no tiene nombre, ni una identidad que la haga ser persona, sólo cuerpo?

Podría ser yo que estoy escribiendo detrás de esta computadora, o podrías ser tú que me escuchas detrás de otra pantalla. 

La he nombrado Desdémona, que significa desdicha. 

Pero ella no lo sabe, ahora sólo es cuerpo sin alma. 

Una cosa, dicen algunos… 

Una desgracia, dicen otros…

Un acto de barbarie dicen los encabezados, que aun así publican su imagen para acabar de asesinarla más y desplazarla de lo único que le quedaba: la dignidad de morir. 

Desdémona, la desdichada, se volvió símbolo de la muerte de muchas mujeres que en nuestro país caen como fichas de dominó, y no se sabe a quiénes, ni cómo llegaron ahí. 

Fue el infortunio, fueron los celos, fue la desconfianza. 

Fue un error. 

Piensa ella mientras observa por la ventana la fuerte lluvia que cae, que premoniza la caída de un hombre que se abisma en su culpa, en su sufrimiento y en el horror del acto. 

¿Por qué destruir lo que amas? 

Era tanta la imaginación de él que debí darme cuenta que todo lo engrandecía. Todo. La realidad que él veía me enamoró y también me destruyó. La fantasía de su ser era tan grande, tan inmensa, que yo ocupé un lugar ahí, en medio de ese laberinto en el que él se perdió y descubrió al ser más vergonzoso que no pudo domar. Su propia bestia que no supo enamorar… 

Otelo, si me hubiera amado más a mí que a ti, aún podría decir quién fui. Pero por ahora, sólo me llamo Desdémona.