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Instantánea: 7 preguntas sobre teatro en estos tiempos que corren.

Raquel Araujo Madera

55 años / Ticul, Yucatán

¿Cómo iniciaste dentro de la disciplina teatral? ¿Por qué decidiste dedicarte a ella?

Mi familia se dedicaba al campo, a los animales, al trabajo rudo y al comercio. En ese afán de las familias mestizas que salían del pueblo para llegar a vivir a Mérida, esperaban que sus descendientes tuviéramos un mejor futuro, por lo que propiciaron la posibilidad de estudiar y, tristemente, dejar de hablar la lengua maya. El apellido de mi abuela, Madera, debe haber sido Che’ en maya. En casa se compraban electrodomésticos, aunque el poc chuc se siguiera asando en el patio, o cocinando en pib, pero los libros también proliferaron en casa. Y mi mamá decidió que, como muchas niñas en Mérida, tomara clases de danza desde los cuatro años. Pero aquello que se esperaba funcionara como un cambio de estatus social, se transformó en pasión. Recuerdo ese momento inefable del primer gran silencio, poético y cursi, cuando saltando un grand jeté sentí que se detenía el tiempo. Esa Yo testigo que me miró saltar, que miró a los espectadores, que percibió la oscuridad y la bocaescena, es la que me conduce para llevar a cabo cada proyecto escénico. Es como un desdoblamiento, esa voz me hace las preguntas sobre la existencia y el tiempo.
Primero fue la decisión de salir de mi casa para estudiar la Licenciatura en Literatura Dramática y Teatro en la UNAM. Después convencer a mi familia y resistir sola en el entonces Distrito Federal. No lo recuerdo, pero debe haber sido una fuerza tremenda la que tuvo la Yo de aquel tiempo, para estudiar lejos de casa. Uno de los mejores recuerdos de mi vida, es el tiempo en Filosofía y Letras. Por supuesto, llegando de provincia, ingenuidad total (bueno, creo que a la fecha sigo siendo un cronopio, apenas ayer me lo dijo de nuevo Oscar, mi compañero de vida y co-director de La Rendija); sin haber leído nada de Grotowski, Stanislavski, aunque sí Artaud… Los primeros años de la carrera me dediqué a tratar de comprender ese nuevo mundo. Las clases de Espacio Escénico y Dirección con Gabriel Weisz dieron cauce a algo: la urgente necesidad de indagar sobre mí misma. Alrededor de Gabriel nos reunimos una serie de personas (“El recuerdo de los hombres nunca surge con esa deslumbrante luminosidad que acompaña al de las mujeres.” Rocío, Alejandra, Amada y yo / también Mauricio, Edgar, Omar, Alejandro… ) y juntas creamos Teatro de la Rendija.
Me dedico a las artes escénicas porque es la manera que encontré para estar viva.

¿Qué preguntas siguen alimentando tu práctica? ¿Qué anhelos tienes por vivir dentro de las artes escénicas?

¿Cómo puedo conectarme con el otro? ¿Cómo generar ese gran silencio, lo inefable, ese acontecer – juntos -? (Referencia a J. Dubatti)
Mi práctica escénica mucho tiene que ver con lo que me inquieta, con lo que me impulsa, me provoca; aquello que me lleva a dedicarle años a un proyecto, buscando contagiar ese impulso a mis compañeras de viaje-escena.

Así que, a grandes rasgos, puedo decir que la primera obra que funda el trabajo de grupo, que se llamó “Infinitamente Disponible”, en 1988, tuvo que ver con los primeros atisbos autobiográficos (aunque antes, con “La sangre del silencio” dirigida por Rocío Carrillo, ya nos habíamos hundido en nuestras historias personales). Muchas preguntas rondaron desde ese proceso ¿Cuáles son los límites entre estar y actuar, ser y representar, versionarme o ficcionarme?
La reflexión actual es amplia al respecto, desde la noción de presencia, la expansión de los márgenes del teatro y su porosidad y la fragmentación y sobre posición de capas de sentido y discurso. Y sí, continúo preguntándome sobre los cruces. Me respondo en puestas en escena como “Bacantes, para terminar con el juicio de dios” que no hay pureza en los estados… cada segundo ese devenir en escena pulsante que soy, se despliega, se vuelve a plegar con otra avalancha de sensaciones y capas de pensamiento, percepciones mientras me muevo. La enunciación de la palabra es un fenómeno poderoso, que impulsado por determinados movimientos, por el contacto con mi compañero/a de escena; por un objeto, también acompañante; u otro ser vivo, planta, animal; o estímulo, luz, piso frío, memoria… catapulta la existencia cada día de función.
Vivir múltiples vidas -cada experiencia escénica- es un estallido de nueva vida. Bueno, aquí apenas va una pregunta, y casi una respuesta. Así se mueven algunas pulsiones, como las pruebas de “distanciamientos” en «Tío Vania 1920» versión del «Tío Vania» de Antón Chéjov, a la yucateca, y “El divino Narciso” de Sor Juana y “Amor es más laberinto” de Sor Juana y Juan de Guevara…
Desde hace algunos años trabajamos con un hombre que admiro muchísimo que se llama Humberto Chávez Mayol. Es fotógrafo, investigador, colecciona relojes y es un profesor paciente y generoso, como pocos. Con él iniciamos una serie de laboratorios de instalación y escena, para generar cruces con la instalación y la escritura colaborativa. De esos laboratorios se desprende el proyecto «Nevermore y otras manías», obra de recorrido sobre textos de Edgar Allan Poe y «Los Coleccionistas» en dos versiones, una para sala, y otra para espacio público. En ambas obras, aun cuando La Rendija nace montando obra de recorrido como menciono más arriba, comenzamos a renovar el deseo de textos de dramaturgia colectiva y de dirección colaborativa. Son piezas que, sin pretender inventar el agua tibia, conducen por medio de audios, disolviendo al espectador en actor-expectante de su propia actoralidad. La última versión la hemos realizado en tiempo real, sin textos pregrabados, si vienes a Mérida, tal vez te toque participar…
Si Don Covid nos lo permite, llevaremos a cabo una residencia artística a final de año con Toni Cots, Esther Freixa, Patricia Gutiérrez, Virginia Gutiérrez y Juliana Muras para repensar el teatro autobiográfico y documental de La Rendija. Se llama «Profunda Piel», quiero estar de nuevo en escena, y trabajar con árboles y otros seres con los que compartimos la vida.
Más que anhelo, es una forma de vida.

Describe tu quehacer teatral en tres palabras. ¿Qué hace de tu forma de habitar el teatro una práctica singular y distinta a las demás?

Curiosidad, existencia, vida.
Que soy mujer, yucateca, que tengo 55 años, que soy hija de una mujer arrefaldada que se llamó Nidia Araujo y fue madre soltera, que estudié en la UNAM; que abrimos un espacio escénico en Mérida que se llama Teatro de la Rendija, que Oscar y yo entablamos cada vez que trabajamos juntos – o sea, siempre – una batalla por la belleza, el sentido, el tiempo, el espacio y la luz; que tengo seis perros, una tía adorable de ochenta y cuatro años que se llama Adi,

y es la anfitriona en Casa Rendija, donde se alojan los artistas en residencia; que esa casa es mi casa familiar heredada de mi madre; que mi maestra Eglé Mendiburu trabaja como actriz en varias obras de La Rendija, que soy parte del maravilloso Proyecto Ruelas del Festival Internacional Cervantino y mi segunda casa es Pozo Blanco con Los Quijotes de Pozo Blanco: Lulú Estrada, Eve y Alo Lozada, Diego, Daniel, Ángel y Lupita Ríos, por supuesto Yael y Javier Suárez, y Andy y Haideé Vega… que Katenka Ángeles, Nara Pech, Itzel Riqué, Aída Segura, Sásil Sánchez, Indra Ordaz, Verónica Bravo, Cecilia Ramírez Romo, Anna Díaz, Saire Simón, Dayana Borges, Alejandra Díaz de Cossío, Mabel Vázquez, Silvia Káter, Patricia Irineo, Yamili Monje, Ceci Barahona, Virginia Rodríguez, son tenaces compañeras de viaje-escena, junto con Erik Soto, Pedro Massa, Zaab Dí Hernández, Roldán Ramírez, Antonio Peña, Jorge Castro, Juan Ramón Góngora, Roberto Franco, David Hurtado, Rigel Guevara, Armando Encalada, y muchos más, se rifan como colaboradores y/o parte de La Rendija.
Porque somos múltiples, porque el Teatro, así con mayúsculas, se hace juntos.

¿Cuál consideras que es la importancia del teatro en este momento histórico?

Dotar de presente. Fisurar el dispositivo que naturaliza la manera de ver el mundo y comprender afectos otros, nuestros, propios, no dados.
Cada vez, el Teatro, experiencia viva, fisura la mirada impuesta por ese avasallante aparato publicitario, deseante, que pretende determinar nuestros cuerpos y mentes.
Hablo, por supuesto, de ese Teatro que es acontecer, y que es capaz de transformarme.

¿Qué crees que debería cambiar en nuestro modelo teatral?

La forma de producir arte en este país amado nuestro. Es agotador levantar los proyectos, vivimos en la indefensión como profesionales del arte. Nos urge un estatuto de artistas. Generar indicadores para el arte escénico que no sean preponderantemente cuantitativos.
Propiciar un proyecto transversal de cultura que le dé espacio a todos, que existan nichos de acción variados e incluyentes del muy amplio panorama de agentes culturales, más allá de los programas que existen; para que dejemos esa lucha encarnizada por los recursos, necesitamos más recursos y programas amplios y visionarios. Es necesario generar juntos, instituciones y artistas, un ecosistema que permita la subsistencia digna de las personas dedicadas a las artes escénicas.
Urgente que llevemos a cabo una Cartografía de Mujeres del Teatro Mexicano, realizada por mujeres. Tenemos una especie de retazos que hay que juntar entre todas, visibilizar a todas, generar teoría teatral, es nuestra hora. (Queremos tanto a Jorge, y a José Antonio y a Patrice… pero). Maravilla de maravillas, ahora tenemos a Didanwy, Zavel, Majo Calamidad, Fernanda, Shaday, Itandehui, Verónica, Soco… Pensamiento que no exilie a las mujeres de la historia del teatro mexicano, que escuche por sus ojos y sienta con su palabra y su razón.
No quiero dejar de mencionar, que como universitaria y teatrista, me siento profundamente orgullosa de las acciones de esta etapa de Teatro UNAM y la Cátedra Bergman; son un oasis para el pensamiento del teatro. Aquí se están comenzando caminos a los que atender la invitación al viaje.

¿Qué le deseas a la siguiente generación de hacedores teatrales?

Más bien deseo que todas miremos a las generaciones de mujeres de teatro que están tomando el escenario con tal fuerza, renovación y gracia, que me tienen enamorada. Tenemos mucho que aprender de ellas. Natalia, Diana, Saire, Isabel, Jimena, Mariana, Cecilia, Rosa, Myrna; y todas las que todavía no he visto, pero sé que están ahí.

Si el teatro es el arte del encuentro con el otro ¿cómo enfrentas la emergencia que vivimos ante el COVID-19? ¿Qué deseas que ocurra cuando volvamos a estar juntos?

El arte es esa manera de comprender el mundo, tan humana… nuestro cerebro, que es cuerpo, nos permite abstraernos en tiempo y espacio, del tiempo y espacio, conecta entrada tras entrada, ideas tras ideas. Que el arte postpandémico sea aquel que fisure el dispositivo que nos mantiene en cautiverio más allá del confinamiento, que el teatro postpandémico abra rendijas por las que podamos volar… volar para ver y reparar, para ver y no olvidar, mirada panorámica de nuestro entorno, ese cuerpo expandido nuestro.
Ese Teatro Postpandémico es de pequeñas comunidades, rizomático, amigable y cuidadoso. Convive contaminando menos, se moviliza de maneras inteligentes y ligeras, no es antropocéntrico, abraza maneras otras, juzga menos, pero es autocrítico y trabaja duro, integra saberes múltiples de manera panorámica. Ese teatro postpandémico será verde y mujer.

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