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Instantánea: 7 preguntas sobre teatro en estos tiempos que corren.

David Gaitán

35 años / Ciudad de México

¿Cómo iniciaste dentro de la disciplina teatral? ¿Por qué decidiste dedicarte a ella?

Mientras estudiaba la licenciatura en psicología me apunté a cursos de actuación que fueran un poco más serios que los talleres que durante la preparatoria había tomado; estaba dispuesto a convertirlo en una actividad paralela -un hobby muy serio- al que dedicaría buena parte de mi tiempo libre. Estando ahí, pasaron dos cosas: por un lado, me di cuenta que lo que tenía que ver con el teatro iba ocupando cada vez más espacio en mi cabeza y que «mi tiempo libre» no bastaba. Junto a eso, logré quitarle la etiqueta de «exotismo inviable» a la actuación como camino profesional y estilo de vida. Una vez que tuve eso claro, me di de baja en psicología y empezó el camino de ingresar a una escuela formal de actuación. Hice mi carrera, felizmente, en la Escuela Nacional de Arte Teatral.

¿Qué preguntas siguen alimentando tu práctica? ¿Qué anhelos tienes por vivir dentro de las artes escénicas?

Las preguntas que alimentan mi práctica van en dos sentidos:
Por un lado, al interior de los equipos con quienes tengo oportunidad de colaborar. Ahí las preguntas van en torno a ¿cómo favorecer que el dedicarse a esto sea un giro hacia la libertad? ¿Cómo crear, en el mundo íntimo y acotado que la realización de una puesta en escena implica, un universo de colaboración utópica? ¿Cómo garantizar que todas las personas que trabajan para un objetivo común se sientan escuchadas? ¿Qué espacios de conversación y acción hay que crear para que todxs tengan la certeza (y asuman la responsabilidad que conlleva) de que sus ideas son determinantes en el resultado final? ¿Cómo asegurarse que todas las personas del equipo se sientan representadas por el discurso de una obra? En una profesión que tiene tanto en contra, me parece vital que los procesos sean gozosos, que sean un espacio de excepción para quienes los creamos, no una reiteración de la realidad violenta.
Por otro lado, hay preguntas en torno a la relación entre la obra y quien asiste a verla:
Aquí la inquietud rectora siempre es: ¿Qué tipo de experiencia quiero que el espectador(a) tenga después de ver una obra en la que participo? Por supuesto que dependiendo de qué rol en el equipo se tenga de un montaje a otro es que se puede incidir más o menos en esto, pero si pienso en piezas que escribo y dirijo, mi interés es claro: abrir espacio (intelectual, emotivo) para un pensamiento nuevo. A veces se logra a partir de lo que la escena presenta, otras como resultado de la conversación que la obra detona… Esto siempre es una hipótesis que implica el riesgo de no verificarse, pero el ejercicio de hacer una apuesta que desafíe las certezas del espectador me parece apasionante.

Describe tu quehacer teatral en tres palabras. ¿Qué hace de tu forma de habitar el teatro una práctica singular y distinta a las demás?

Tres son pocas.

¿Cuál consideras que es la importancia del teatro en este momento histórico?

Es posible que la siguiente aseveración sea una constante en la historia de la humanidad y, por lo tanto, lo que voy a decir quizá hable más de mi momento de vida que de la realidad misma, sin embargo…
«Hoy más que nunca» la realidad se ha inclinado a organizar el pensamiento en códigos binarios, listas negras y listas blancas, fronteras ideológicas peligrosas porque castigan los cuestionamientos y terminan por fomentar la autocensura. Las redes sociales (valga el lugar común de la aseveración) han favorecido mucho esta manera de organizar el mundo en trazos gruesos, en dos o tres colores que, encima, son irreconciliables entre sí.
El teatro es una plataforma idónea para contrarrestar esto. Creo que es momento de utilizar la escena para hacer las preguntas más difíciles, al menos como un gesto en defensa de la complejidad del pensamiento, aseverar que la contradicción es parte de la condición humana, otorgar un espacio que legitime la posibilidad de dudar de todo.
El riesgo con esto es que los equipos artísticos sean señalados como «enemigxs de las causas», pero a cambio muchxs espectadorxs verán -en ese gesto escénico- oxígeno frente a una realidad binaria.

¿Qué crees que debería cambiar en nuestro modelo teatral?

La verdad no sabría responder a la pregunta ¿Cuál es nuestro modelo teatral? Teatro UNAM (promotor de estas breves entrevistas) tiene uno, pero sin duda es distinto al de otras instituciones, al de otras regiones del país, al circuito independiente, el comercial, el amateur…
En todo caso, creo que todos los modelos deberían de favorecer la diversidad (de creadorxs, estéticas, generaciones, latitudes). Por supuesto que esto implica una paradoja, ya que a la vez que hay que favorecer la diversidad en áreas que competen a quienes nos dedicamos a hacer teatro, también considero que la gran prioridad tendrían que ser lxs espectadorxs.
Me parece que los modelos ideales son los que logran encontrar el equilibrio más estable entre estos dos frentes.

¿Qué le deseas a la siguiente generación de hacedores teatrales?

Les deseo que abracen la especificidad y escapen de las generalizaciones.
Les deseo que se resistan a accionar sólo por la inercia de lo que crean que «deben» hacer o decir.
Les deseo que el miedo no dicte sus decisiones.
Les deseo mucha rebeldía y que hagan de la toma de riesgos estéticos un camino de satisfacción.
Les deseo un contexto sin violencia en el ámbito teatral; tanto en lo académico como en lo profesional. (Pero de máxima violencia en la ficción.)
Les deseo que los gobiernos y la sociedad valoren la cultura en un lugar más alto que el actual.

Les deseo batallas nuevas.

Si el teatro es el arte del encuentro con el otro ¿cómo enfrentas la emergencia que vivimos ante el COVID-19? ¿Qué deseas que ocurra cuando volvamos a estar juntos?

La emergencia la enfrento como puedo, supongo. Como el resto. He visto cómo lo planeado para este año se cancela o -en el mejor de los casos- se pospone. Sigo las noticias de la tragedia. Trato de pensar en las paradojas detrás de todo esto: que la manera de ayudar sea alejándonos del problema (tan en contra de cierto carácter nacional frente al desastre, como ocurre en los terremotos), o que lo más sano es buscar -si se tienen las condiciones-, crear una pequeña burbuja de rutina utópica en casa, mientras que en los hospitales está el vértigo opuesto. Nunca el desapego había sido la receta de la solidaridad.
Tengo la fantasía de que cuando volvamos a estar juntos nos desbordaremos al encuentro, al contacto, a la tercera dimensión (nuestro gran recinto). Deseo que el uso de la virtualidad se depure después de esto; en algunos casos para usarla más, pero sobre todo para usarla menos. Que la economía mundial, los sistemas de salud, viren hacia un lugar que implique un golpe a la injusticia, a la cultura de la devoción al mercado… Soy consciente de que puede parecer ingenuo, pero como estamos en el territorio de los deseos…
También fantaseo con que este simulacro de distopía ayude a revaluar los antagonismos; muchos (de verdad, muchísimos) son absurdos y espero que, frente a la tragedia que el confinamiento verifica, nos demos cuenta que muchas distancias merecen disolverse, que el desencuentro es una mierda que sólo tendríamos que padecer en emergencias sanitarias.

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