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En el sillón, con frío, entre dos gatos.

En nombre de muchas mujeres asesinadas

En nombre de muchas mujeres asesinadas gritamos en las calles y destruimos los muros.

Crecí en los noventas, con las noticias diarias de mujeres que desaparecieron y no volvieron a casa.

Crecí creyendo que eso sólo sucedía en el norte y el sur, y no en el centro.

Crecí con el miedo a mi lado.

Aprendí a vivir con él y me lo hice aliado.

Aprendí a mirar el peligro y a sentirlo a la distancia.

A darle la vuelta a las miradas que desnudaban y los hombres que acechaban.

Aprendí a ser invisible y a no ser nadie para no morir.

Pero el deseo de conectar con mi feminidad chocaba con mi deseo de vivir en un país feminicida.

No enseñar de más.

No mover las caderas para no atraer a los hombres como moscas.

Usar ropa holgada.

Tener una actitud machorra para defenderme.

Estar a la altura de los hombres y no dejarme.

Defenderme de ellos, de todos, del mismo mundo que hunde y levanta.

Mi madre me enseñó a defenderme poco, porque a ella no la enseñaron.

Vengo de un contexto machista, donde los hombres están bien y las mujeres mal por principio.

Pensamiento latente que se queda ahí como un cáncer.

Un país dividido, entre hombre y mujeres, fuertes y débiles.

Escuché historias garrafales de vecinas y familiares lejanas que aparecieron muertas debajo de un árbol o en un terreno baldío.

La familia prefirió callar y culparlas de su propia muerte.

Vivimos en un país con un sistema corrupto y también vivimos en un país violento.

Nos matamos, nos devoramos, nos aniquilamos y todo ¿por qué?

No hay confianza, hay rabia.

Hay odio, represión.

No desaparecen.

Hacer arte

hacer teatro

hacer lo que sabemos hacer y demandar desde el arte.

Construir la sociedad desde ahí

Desde el teatro

Hay esperanza

Sí la hay.